jueves, 4 de junio de 2009

El que nada duda, nada sabe.



En muchas ocasiones las personas infectadas con el VIH, detienen su vida sexual o amorosa tras el primer impacto de la noticia.

Craso error.

El VIH, solo es visible en las analíticas. Si no las llevas colgadas al cuello a modo de pase de acceso a alguna zona VIP, nadie reparará en que en tu interior albergas un microscópico bichito que en la mayoría de los casos solo tendrás que preocuparte de el, tres o cuatro veces al año.

Luego; nada de refugiarte en la autocompasión ni en cavilaciones de futuras problemáticas que vete tu a saber si algún día podrán presentarse.

Llegado el momento de relacionarnos con futuras parejas, casi siempre surge el eterno dilema de si esa persona saldrá o no corriendo cuando le revelemos nuestra serología.

¿Querrán formar una pareja con una persona portadora del VIH? ¿Qué pasa con los hijos? ¿Nuestras relaciones sexuales se verán limitadas? Nos asaltaran multitud de preguntas que solamente obtendrán respuesta una vez que hayamos pasado el muro psicológico de revelar nuestro secreto.

Quizás sea la situación más comprometida donde nos encontraremos.

Muchos seropositivos optan por desdramatizar la situación y soltarlo a la primera de cambio, antes de que la cosa vaya a más.

Otros les aterroriza ese momento y lo alargan hasta que ya es prácticamente imposible ocultarlo más.

Otros ni tan siquiera quieren enfrentarse a esa situación y optan por moverse en círculos frecuentados únicamente por seropositivos, redes sociales, foros o Webs donde se facilitan las relaciones entre seropositivos.

Elijas cualquiera de las múltiples variantes para revelar tu serología ante una hipotética relación de pareja, hazlo sin complejos ni vacilaciones, ningún mindundi del tres al cuarto tiene derecho a hacerte un juicio moral ni a marginarte socialmente.

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