sábado, 6 de junio de 2009

Mi puta más bella


A nadie se le escapa que la buena salud y la grandiosidad de una ciudad, se mide por la calidad de sus putas.

Suecia por ejemplo, tiene unas putas que parecen las chicas malas de matrix; envueltas en cuero negro y calzadas con botas hasta las rodillas y guantes de látex.

Una ciudad que es capaz de producir putas de ese standing, tiene que ser una ciudad capaz de cualquier cosa, y seguramente esperaremos de ella que tenga los mejores colegios y universidades, las galerías de arte más vanguardistas y los servicios sociales mas avanzados para sus lugareños.

España no es una ciudad que se caracterice por su buena salud social. Hasta hace poco más de unas décadas, nos encontrábamos en territorio de nadie, a caballo entre el folclore más rancio popular y un tímido despegue hacia el snobismo más casposo.

Por eso nuestras putas nunca fueron un modelo a envidiar. Nuestro país era (y es) un país con complejos históricos y los lugareños de aquí nunca hemos gozado de una buena salud social.

Pero eran nuestras putas.

Dos calles mas arriba de la mía, había una casa de putas. No tenia nombre en la entrada, ni carteles luminosos de neón, no había nada que la distinguiera de una vulgar casona de las que abundaban por los alrededores.

Su propietario había derribado algunos tabiques y había construido 13 habitaciones y una barra /bar con taburetes altos y espigados. En los buenos tiempos de la "Masía" que así se le llamaba, las camas no llegaban a enfriarse y los sábados (día de cobro para los obreros) se podían ver fuera del recinto a señores perfectamente arreglados con el sobre de papel kraft en el bolsillo de la americana esperando su turno para entrar a gastarse parte del dinero de las horas extras que escamoteaban a sus mujeres.

De todas las putas que frecuentaban la "Masía" había una que era la "Hijalagranputa" mas salá, (además de una escultural belleza) de todas las mujeres que alegraban el día a esos abnegados y honrados currantes


Y el calificativo de Hijalagranputa no es peyorativo, no, lo podría decir más fino, pero entonces no estaría hablando de la Reme. La Reme era hija de la puta más grande que dió el barrio chino de Barcelona. Era hija de la celebre y siempre recordada por mi abuelo; Encarnita Cienfuegos, la "Lichi".

La Lichi, era una artista de Varietés que amenizaba las noches barcelonesas en teatros y locales frecuentados por la alta burguesía catalana. Tras un corto periplo por la escena francesa, regresó a Barcelona embarazada de la Reme, se instalaron en la calle Robador a escasos metros del gran Liceo barcelonés, en el centro neurálgico del barrio chino.

Allí se convertiría en la puta mas famosa y más cotizada de Barcelona y con el sudor de su bajo vientre compró una casa para ella y su hija en la c/ puertaferrisa. No escamoteó en gastos en la educación de la niña que recibiría clases en la prestigiosa escuela Mila y Fontanals del "carrer" Dels Angels.

El refranero español es sabio. "La cabra siempre tira al monte".

Pronto la pequeña remedios dejo los estudios y a los 14 años como si una luz vocacional la poseyera, tomó el relevo de su madre. Antes de cumplir los 16 ya se había convertido en el culo más respingón y cotizado de todos los tacones de aguja que pisaron las adoquinadas calles del raval.

Con 25 años, en pleno esplendor de belleza y sabiduría profesional, huyendo del deterioro progresivo del barrio chino barcelonés y de un huracán de problemas e infidelidades de ojos verdes, recaló en mi ciudad, en una ciudad del extrarradio barcelonés mundialmente conocida por su centenaria fabrica de una afamada marca de anís, (cuyo nombre no mencionaré) y por una popular canción de J.M. Serrat.

La Reme fue el principal artífice de la prosperidad de mi barrio. Ella y algunas otras, pero particularmente ella, fue la que con su abundante clientela hizo que muchos obreros buscasen su vivienda cerca de ella. Los hombres con sus pagas recién cobradas ya no tendrían que esperar en la calle a la intemperie fumando cigarrillos hasta que hubiese un hueco en la Masía, se abrieron bares en los alrededores. Las mercerías vieron como se multiplicaban sus ingresos por las ventas de lencería. Nuestras calles se asfaltaron por el ir y venir de coches. A las fuentes nos les faltaba el agua. Y nosotros los chavales del barrio jamás recibimos tantas propinas indicando a los transeúntes y conductores donde se encontraba ese pequeño oasis de placer donde les esperaba ese lascivo objeto de deseo del que tanto habían oído hablar.

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