domingo, 3 de enero de 2010

El resurgir del Ave Fénix



A veces los cambios de ciclos
, los cambios de años de décadas, nos traen nuevas esperanzas, nuevas expectativas.

A veces es necesario que arda el monte. Echarle un último vistazo. Quedarse con los últimos y bonitos colores que aun conserva y después prenderle fuego.

Al principio parecerá un lugar inhóspito, desolado y calcinado por los rescoldos aun humeantes. Pero con las primeras lluvias volverá a florecer una nueva vegetación unas nuevas flores de bonitos y vivos colores unas yerbas frescas y vigorosas que alimentarán a los supervivientes del incendio. Ellos sobreviven. Casi todos sobreviven. Algunos perecen. Algunos quedan heridos y maltrechos, pero resurgen.

Es el precio que se ha de pagar para que el ecosistema se renueve,

Los nuevos vientos poblarán de semillas los campos calcinados y allá donde antaño hubo maleza y malas yerbas, brotarán nuevos pastos, nuevas especias y bonitas flores de intenso perfume y esplendidos colores.

El Ave Fénix, fue un ave que vivía en el paraíso. El paraíso de donde Adán y Eva fueron expulsados. El Ángel que los expulsó en su afán de desterrar a nuestros primeros padres generó una chispa con su espada que hizo que ardiera el nido del ave y con las llamas se llevó a su inquilino.

Pero el Ave Fénix no había cometido ningún pecado, ese ave no comió de la fruta prohibida. Se cometió un error con el. El todo poderoso se dio cuenta de su error y le concedió varios dones, entre ellos el de la inmortalidad. Le dio la capacidad de revivir a través de sus cenizas.

Pero ese resurgir solo ocurría cada 500 años…demasiado tiempo, demasiada espera para alguien que jamás  pecó.

¡No esperes!

Ni un solo día, ni una sola hora, ni un solo minuto. Resurge ¡YA!

Resurge sin odios, sin rencores sin afán de venganza. Quédate con esos bonitos colores que te ofreció ese páramo ahora desolado pero antaño lleno de vida y plagado de proyectos coloristas.

Adiós llanuras bélicas, me encantó cabalgar junto a ti.

Bienvenido valle de la esperanza, en tus manos encomiendo mi decrépito porvenir.


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